Escribía dos libros y medio al año. Era un lector compulsivo de obras científicas y geográficas. Engullía cuanto caía en sus manos —como la aeronáutica y astronomía para su novela sobre la Luna—, era permeable a todo conocimiento y así describía desde el prodigio la Tierra del Fuego a la de la Desolación y, «que se sepa, Julio Verne nunca estuvo en Sudamérica», señala a ABC el traductor y reputado experto verniano Carlos Ezquerra, que ha vertido al español la novela inédita de Verne «El ácrata de la Magallania» (Erasmus). Fuera de algunos viajes marítimos por Europa (Mar del Norte y el Mediterráneo, con alguna escala por el norte de Africa), Julio Verne solo hizo un breve viaje a la costa este de Estados Unidos. Esa es la grandeza de Verne: «En Magallania te hace “vivir” los parajes magallánicos, son maravillosas las descripciones, y en cambio no estuvo nunca en ellos».
El manuscrito de «El ácrata de la Magallania» fue hallado por el investigador Piero Gondolo della Riva en los archivos del editor Hetzel (habitual de Verne) en 1977. Julio Verne escribió la obra en 1897, ocho años antes de su muerte, pero no se publicó en vida suya. «El ácrata de la Magallania» se editó en 1909 —cuatro años después de la muerte del escritor francés—, en una versión muy modificada por su hijo Michel Verne y bajo el título de «Los náufragos del Jonathan». «Es, pues, una obra muy posterior a las principales y más célebres novelas suyas —puntualiza Carlos Ezquerra— escritas y publicadas básicamente entre 1970 y 1880».
El manuscrito y cartas encontradas en ese archivo del editor de Verne permitieron descubrir lo mucho que Michel Verne modificó la obra. Ideológicamente más a la izquierda que su padre, Michel eliminó cinco capítulos y añadió otros veinte. «Así, Michel elimina de su versión toda referencia a unos misioneros cristianos que, en cambio, sí tienen cierta importancia en el texto de su padre», explica el traductor de la obra. «Pero, por el contrario, si bien en la versión de Julio Verne parece que el protagonista acaba abdicando finalmente de su radicalidad anarquista, sucede que el personaje es casi siempre mostrado desde fuera; no sabemos, por tanto, nunca mucho de lo que piensa: existe en todo instante una ambigüedad sustancial al respecto, dándose a entender que, pese a la corrección que la realidad hace a sus ideas, sigue hasta el final creyendo en ellas. En cambio, en su versión, Michel, aparte de que ataca explícitamente el anarquismo en algunos pasajes (cosa que su padre no hace), da una explicitud muy tosca al presunto cambio de actitud del protagonista, dando a entender que es consciente de lo inane de sus teorías y que acaba aceptando que la sociedad debe construirse teniendo en cuenta la tradición, el orden y la autoridad, aunque le quede la rabieta final de recluirse en el faro, lejos del mundo».
«El ácrata de la Magallania» es puro Verne, pura autobiografía espiritual. En ciertos personajes desmesurados el autor—«se notaba», dice Ezquerra— pone mucho de sí mismo: «Nemo, Robur, Hatteras: personajes avanzados a su tiempo, de energía y tenacidad casi sobrehumanas enfrentados a la pereza, cortedad de miras o mezquindad de sus coetáneos. El protagonista de esta novela compendia, en clave realista, a todos estos héroes, resultando más que nunca una proyección evidente del propio Verne. “El ácrata de…” es, además, una especie de resumen final de sus principales obsesiones: el gusto por la naturaleza (aquí, en particular, espléndidamente descrita), la curiosidad por las máquinas (la construcción del faro) el sueño de los refugios autosuficientes (“Dos años de vacaciones”.”La isla misteriosa”), su avidez idealista por un mundo mejor y, a la vez, su decepcionado concepto de la especie humana (como le sucedía al capitán “Nemo”), etc...»
¿Era un ácrata, partidario de la supresión de toda autoridad, Julio Verne? Hasta cierto punto, puntualiza Carlos Ezquerra: «En esta novela se ve bien su postura ambigua. El protagonista aparece firmemente convencido de esas ideas, a la vez que va observando que la realidad, por desgracia, se rige por principios ajenos a ellas. Por lo visto, Verne resultó muy seducido por las ideas de Kropotkin, si bien a medida que devenía influyente y famoso en la sociedad del tiempo fue aceptando, quizá con decepción, la conformación de la sociedad que le había tocado vivir. Pero en su interior, hasta el final debió creer que esas ideas representaban un ideal futuro para la humanidad (perteneció, en su última época, a una sociedad esperantista). Aunque, eso sí, estaba en contra de toda violencia en la aplicación de las mismas (en la novela, el protagonista se enfrenta con firmeza a los anarquistas violentos)».
Verne denuncia la matanza de animales marinos, como las focas a golpes de bastón. Toda su obra es un himno a la naturaleza; se ve en las famosas, minuciosísimas descripciones que siempre hace de animales, plantas, accidentes geológicos, que conforman páginas y páginas de sus novelas: «Algún estudioso, en Francia ha calificado 20.000 leguas de viaje submarinocomo “una metáfora ecológica pura” (el “Nautilus” sería un símil del necesario retorno del hombre al medio nutricio del que surgió). En “Magallania” brilla especialmente su fascinación por el entorno natural puro y el daño que la civilización produce en él. Y se nota el gusto del autor por la vida de “Robinson” que lleva el protagonista y sus amigos al inicio del libro».
Sostiene Carlos Ezquerra que existe un curioso relato de Verne, «Diez horas de caza» (complemento a su novela El rayo verde), que es todo un alegato contra la práctica de la caza: «Explica allí su ocasional experiencia al respecto, destacando de ella la crueldad hacia los animales y la estulta vanidad de los cazadores».
20.000 leguas de amargura
Verne escribió «El ácrata en la Magallania» durante los años —que arranca en 1886— en los que atravesó veinte mil leguas de amargura. Según Carlos Ezquerra, los estudiosos la atribuyen a diversas causas: «La muerte de su querido editor y patrocinador entusiasta Hetzel; el fallecimiento de su muy querida madre; la cojera que le produjo un sobrino trastornado que le disparó un tiro, cojera que, parece ser, le impidió dedicarse a su máxima pasión: la navegación. Aparte de esto, la salud, siempre precaria del escritor —tenía arduos problemas estomacales y neurológicos—, empeoró (diabetes, etc...). Otra atribución es a problemas económicos debidos a los, por lo visto, excesivos dispendios por parte de su esposa y su hijo Michel. Incluso se habla de algún posible, secreto, frustrado “affaire” amoroso, dado que con su mujer nunca pareció encontrarse muy unido...».
Como escritor compulsivo de cartas (escribió miles), Verne «hubiese hecho arder el correo electrónico de su ordenador, aparte de utilizar el Facebook sin descanso».
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